lunes, 8 de junio de 2015

¡Vade Retro!

El santo levanta su arma-cruz frente al avance de las sombras. Rayos y centellas, cascos desparramados por el suelo (se puede imaginar que aún portan sus cráneos, labios, ojos, cuero cabelludo). Este santo, que viste una corta falda y que en su mano izquierda agita una portentosa pluma (¿abanico para el estío?), se torna femenil. En sus pies, botas talabarteras, y en su espalda una larga capa que nace en los hombros y llega, casi, hasta las pantorrillas.
Pero el santo, entronizado en una puerta entreabierta, esta rodeado de objetos modernos: un pasador portacandados, un ventilador aparentemente detenido, se adivinan sillas, heladeras mostrador... ¿un antiguo bar?... ¿una fiambrería?
Imposible adivinarlo. Y en la otra imagen, también sombras. Y el brillo de una TV.
Una espalda, también femenil. Soledad y silencio... pero no de camposanto.
Las grietas que atraviesan la pared y el rodete: una metáfora de ese devenir, inasible devenir, superfluo devenir, idiota, cruel, imparable, insignificante devenir.
Si la vida es un campo de batalla, entonces gana el santo.
Y si no lo es, entonces triunfa el misterio mayor.
Vivir, a fin de cuentas, es conectar imágenes con un hilo siempre subjetivo, aparente e inexplicable.
Como todo.